17 enero 2009

El placer de compartir


Después de publicar Tela de Araña he tenido el gusto, el honor y el placer de compartir relato con otras personitas de internet, ha sido un experimento fabuloso, repetiría cualquier día, de hecho repetimos más veces, hoy os presento el relato titulado TRES CABEZAS Y SEIS MANOS...y espero que os guste.

Este relato nace fruto de un experimento de la nasa. Para ver hasta donde llega la lujuria del ser humano, encerraron a dos mujeres y un humbre con un sólo bolígrado y les pidieron que redactaran un relato, sin hablar. Cada uno seguiría lo que había escrito el otro. No podemos desvelar el nombre de los seres que sufrieron el experimento así que bajo un nombre fictício les llamaremos Suave, Jade y Quòlet. Esto fue lo que dio en pocas horas de sí, tres cabezas y seis manos.



El nerviosismo latía en su corazón, no sabía el por qué o si lo sabía pero no se lo terminaba de creer, le parecía mentira, sí, eso era.

Una mentira convertida en toda una aventura, día y noche dejaba volar su imaginación, alimentándose de ella, una mentira extraña de película de Bertolucci.

Elisaida miraba su reloj nerviosa, después asomaba su carita por la ventana del mirador de su saloncito, corriendo las cortinas con impaciencia, para ver si el coche llegaba de una vez, aunque no sabía ni qué coche llegaría a la puerta de su nueva casa.

Porque Elisaida había inaugurado su nuevo hogar, rompiendo con todos y con todo allá en la montaña, donde había permanecido secuestrada más de dos años, dos largos años que aún pesaban en su corazón, imposibles de borrar sin la ayuda de su amigo especial y como la época lo permitía, era imposible esquivar la cita. Ella deseaba enseñar su nuevo hogar a las personas más importantes de su vida y él era una de esas personas.

No tenía ni la más remota idea de cómo frenaría su deseo, de cómo aplacaría sus ganas de acariciarle, besarle y transportarle hasta el imperio de los sentidos, de cómo permanecería quieta, tranquila y sin ir más allá de un beso en sus mejillas, las mismas mejillas que hacía ya mucho tiempo se sonrojaran cuando ella le preguntara donde había estado todo este tiempo pero daba igual, la visita ya no se demoraría más porque él, galante como siempre, aceptó su invitación. Porque a él le importaba su vida y su bienestar, para eso eran amigos, sí, una amistad extraña en nuestros tiempos pero que latía fuertemente tanto a gritos como en el más profundo de los silencios.

Al principio Elisaida dudó, seguro que era por compromiso pero cada vez que él lo mencionaba: "a ver cuando me invitas", ella, desde lo más recóndito de sus entrañas, sabía que lo proponía de verdad, lo había demostrado a su manera, con su paciencia, su caballerosidad, su cariño, su sonrisa y su ánimo.

Ensimismada en sus planteamientos, no se dio cuenta de que el timbre de la puerta no paraba de sonar….


Se dio la vuelta y se entretuvo en mirarse en un espejo y comprobar que estaba como ella quería, su vestido negro hasta por encima de las rodillas, ese escote en pico que dejaba entrever sus pechos redondeados, su colgante largo en forma de lagrima de ámbar y sus altos tacones que estilizaban sus largas piernas enfundadas en unas medias negras sujetadas por un liguero que había comprado expresamente para esa cita.... se veía guapa, se sentía segura de sí misma.

Al abrir la puerta se encontró cara a cara con él, estaba tan atractivo, tan seductor con esa media sonrisa, ella se quedó sin respiración y él dio un paso hacia ella y le besó los labios suavemente, ella cerro sus ojos y disfrutó de ese momento de contacto tan sutil.

Elisaida se recuperó como pudo y cogiéndole de la mano le llevó hasta el sofá que estaba delante de la chimenea ya encendida que caldeaba el ambiente. Él le entrego una botella de vino que dejaron sobre la mesa y se sentaron ante las llamas rojizas que bailaban ante ellos. Se miraron fijamente y ninguno de los dos pudo reprimir sus deseos.... Elisaida sabía que no podria reprimirse, quería acariciarle, besarle, ser amada y que de algún modo aplacara ese calor interno que la hacía arder por dentro.

Él le cogió la cara con un mano y la besaba intensamente, mientras su otra mano reposaba sobre una de las rodillas de Elisaida... mientras el beso se iba haciendo más lujurioso, más arriba subía su mano por el muslo de ella, a ella le estaba faltando la respiración y sintió que se tenia que agarrar a su cuello, como si fuera cayendo en un pozo y él fuera su salvación.

La mano de él llego a las cintas del ligero, siguió subiendo y se encontró con los rizos de su sexo que se le brindaba desnudo... no llevaba ropa interior y eso lo puso muy excitado.... su propio sexo tomó vida propia y parecía que quería salir a su encuentro.

Ella abrió ligeramente sus piernas invitándole a introducirse en su interior, necesitaba que la transportara a un mundo lleno de éxtasis y fantasías y él no la iba a decepcionar porque como un tigre enjaulado se lanzó sobre sus muslos. Pero no tenía prisa por introducir su miembro dentro de aquella maravilla. Separó las piernas de Elisaida e introdujo su afilada lengua en su sexo. Se movía como si conociera cada uno de los rincones. Primero suavemente, buscando con la punta de la lengua zonas prohibidas. Zonas que hacían temblar a la chica. Notaba la tensión en sus muslos y en seguida empezó a escuchar sus gemidos. Primero suaves, pero conforme modificó la velocidad de aquella máquina de placer en la que se había convertido aquel órgano muscular, los gemidos se convirtieron en gritos. Gritos que ensordecieron los aullidos de los lobos que reinaban fuera, en la oscuridad de la montaña. Había perdido el sentido del tiempo y no recordaba desde cuando gritaba, pero quería más, la noche no había hecho más que empezar.

De pronto, observó que el buscaba entre sus bolsillos, con prisas y nerviosismo, como quien busca las llaves que nunca supo donde dejó. Sacó un pequeño tarro, que abrió con delicadeza y untó un dedo con su contenido. Pronto supo de qué se trataba. Mientras seguía jugando con su lengua, uno de sus dedos comenzó a realizar un masaje por su ano. Sin duda, le estaban preparando una sorpresa. No sabía si temer a lo desconocido o dejarse llevar por aquellas olas de placer intenso. La duda duró un segundo, el tiempo que tardaron sus cuerdas vocales en volver a lanzar un grito de placer.

El tigre se volvió a lanzar sobre ella, esta vez sí, arqueó su cuerpo e introdujo su miembro en aquel húmedo espacio, con serena maestría. Hasta el fondo….el cuerpo de aquel hombre empezó a balancearse, lanzando embestidas en cada una de las idas y venidas, y como el polizonte que no quiere caerse del barco, se agarró al culo de aquel hombre. Empezó a sobar aquel culo duro como el que disfruta de su suerte con el flotador… sin ser consciente de si lo que le excitaba más era aquel culo o el miembro erecto que reinaba entre sus piernas.

Se sentía una muñeca, y más aún cuando en un movimiento sorpresivo la puso a cuatro patas, y volvió a verse inundado su sexo por aquel firme miembro. Mientras aquellos dedos volvían a hacer su trabajo, dilatando cada vez más su ano…. Nunca había practicado sexo anal y…..

Escuchó un grito, muy cerca. Abuela! Te has vuelto a dormir! Cada Navidad le pasaba lo mismo. Después de cenar, se sentaba junto a la ventana que había junto a la chimenea y un profundo letargo le invadía su cuerpo. Lo difícil de explicar a la familia es que siempre soñaba con el que fue el mejor día de sexo de su vida. Sólo esperaba no haber hecho una cosa… gritar mientras soñaba.