Me duele tu distancia

Qué bonita estaba la luna aquella noche. Qué brillo, qué fulgor, que encanto, qué magia......y qué momento más inolvidable.....
Asqueada, con ese olor a humo por todo mi cuerpo y mis pequeños ropajes, fue la idea más brillante de aquella madrugada, salir a tomar el aire junto a la orilla.
Me quité las sandalias y dejé que el agua me cubriera los tobillos. Corría una brisa muy tenue pero capaz de llegar al fondo de mis pulmones y aquello me hizo sentir muy bien. Noté como llegaba hasta la boca de mi estómago y lenta, muy lentamente lo fui soltando para que me alimentara más.
El agua estaba caliente, el horizonte oscuro, pero allí arriba ELLA brillaba, intensamente. Me hacía gestos, guiños, me lanzaba.......no sé qué era, pero algo.....sutil, bello, mágico, único.
Era como si pudiera escucharla en su canto de sirena elevada a la grandiosidad del firmamento.
Era como si me comprendiera y me calmara, como si en verdad supiera de mi lamento.
¿Qué hacía yo envuelta en aquel tipo de vida que me hacía dormir casi todo el día y respirar y moverme al ritmo de la noche?.
Era como si me susurrara que siguiera robándole horas al sueño, arañando minuto a minuto, esclava del café, de aquellos larguísimos programas que debían entrar en mi cabeza, y a solas, con ELLA, en silencio, bajo su manto limpio y cristalino de un amarillo divino que me iluminaba y me alimentaba.
Cuando flaqueaba y me quedaba dormida sobre la mesa, encima de aquellas palabras inconexas que entraban y volvían a salir de mi cabeza, era como si ella me llamara...”Despierta, mi niña, despierta”. Notaba su beso frío de LUNA de plata y en aquella complicidad pude llegar a otra orilla, descalza, pero llegué.
¡Cuántas noches me dio su fuerza¡. Y aquella.....¿qué sucedió?, ¿de donde salió aquel monstruo?, ¿por qué me dejaste sola?, ¡qué lejos te sentí aquella noche¡, mientras te miraba el monstruo devoraba la poca dignidad que me quedaba y te confieso que me sentí un poco traicionada por ti, mi LUNA bella, hermosa, de piel de plata....
Entré en el agua, presa de su encanto y de su calor, un calor refrescante al mismo tiempo que me envolvió toda y me cautivó.
Recuerdo que bailaba, recuerdo que saltaba, que reía, y te miraba. Hablábamos en silencio, sin necesidad de palabras y al salir.....la risa se volvió llanto, el baile, una jaula de manos fuertes que me inmovilizaban mientras mi corazón empezaba a latir muy fuerte. Alcé mis ojos al cielo, con aquella mano puesta en mi boca para gritarte, pero.....no pude. Intentaba alzar mis brazos para tomarte, tocarte, suplicarte que me ayudaras, pero.....no pude. Clavada contra la arena, solo vi sus ojos negros como el carbón, muy tristes, desesperados, vacíos de todo, vacíos de amor. Eran los ojos perdidos de un monstruo inmerso en la desesperación. Y yo su pieza de aquella noche, su trozo de carne fresca por consumir, sin permiso, sin deseo, ni ganas, nada....
¿Me volví loca?. Sí, creo que sí, que por un instante me volví loca y llegué a acariciar a un monstruo, pero yo no quería ni tan siquiera aquello así.....De aquella manera no. Me haría daño el resto de mi vida, y opté por entregarme a manos de la locura, porque sentí miedo por mi vida, ¡LUNA¡, un miedo como nunca antes había sentido y aunque la culpa me persiga día tras día, puede olvidarme de aquella agonía, porque en mi mente tan solo fue una laguna aislada del mundo, de mí, de ti, de él, de todo....
Y allí, sucia de nuevo, oliendo a sudor y a semen travieso y descontrolado, me arrastré como un gusanito hasta el agua y de nuevo me lamí las heridas, al abrigo de tu pena, que era la mía. Al consuelo de tu llanto, que era el mío, y al arrullo de tu balada, que cada noche nos une, nos acerca y nos despierta en la distancia...
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