Estoy cansada.

Estoy cansada, agotada y es por tu culpa, mi niña mimada. Esta noche dormiré como una niña, si la mía no se despierta en mitad de la noche, creo que hasta dormiré de un tirón, algo que no sucede desde.....ya ni me acuerdo.
Tenía tantas ganas de pasar una tarde contigo, que nada más llegar de mi largo viaje lo pensé. Pero eran más kilómetros. Bueno, mientras van pasando lentamente, metro a metro, solo pienso en lo que tengo delante y mi cabeza deja de dar vueltas. De la dispersidad pasa a la mayor de las concentraciones y eso es de agradecer.
Me acuerdo de tu cara y de tu boca abierta cuando me viste en la puerta de tu trabajo. Y eso que había estado cerca de una hora entreteniéndome con la xiki en una cafetería cercana, en busca de un granizado que aplacara mi calor. ¿Pero como te puede faltar el mar a ti, mi niña y no morirte de calor?. Al abrir la puerta del coche, aquella bofetada de calor fue insufrible, ¿dónde te he traído?, si tú no sabes vivir lejos del mar....
Pero sé por qué lo haces, otras cosas te compensan, ¿verdad?. Y como has visto es imposible que pueda olvidarme de ti, aunque tú algunas veces lo creas así. No es lo mismo dos manzanas, dos calles, dos metros, dos ciudades que tropecientos kilómetros en un mapa que ajustar a un horario como el mío y tú mejor que nadie lo sabes.
Pero ayer, por fín llegó nuestra hora y al verme y fundirte conmigo en aquel abrazo, todo el cansancio se evaporó quedando únicamente ese montón de cosas que contarnos antes de que empezara el partido. La compra para ti fue distinta, por fin tenías a tu consejera particular. Me esperabas para elegir ese vestido que llevar en un día tan señalado para nuevas amistades que has hecho, como debe ser, porque el aroma de los jazmines se extiende allá por donde florezcan, mi niña. Y siempre te ha gustado mi remango para decirte: “pruébate este, este y este, y luego elige el que más te guste, no lo puedo hacer yo todo...”. Y tú sonríes. Es tu arma más estratégica conmigo, esos ojos pequeños que se achinan cada vez que me dedicas una sonrisa que me llena el alma de calor y de felicidad. No soporto todavía el recuerdo de tus días tristes, pero tampoco sirve de nada, ni quiero, pensar en ello. Ahora no.
Prefiero acordarme de que apenas tuvimos tiempo para que me enseñaras los modelitos que te gustan y recorrernos el carril verde de tu ciudad en bicicleta. Yo llegué la última, pero al menos llegué a la meta. No puedo competir contigo en eso, guapa. Estoy algo desentrenada. Ya veremos este verano si te haces la lista cuando haya que bracear en el mar, por mucha piscina de la que presumas.
Y la noche fue lo mejor. No hubo fiesta pijama, ya sabes que estoy algo retirada de esos menesteres, pero hablamos mucho, largo y tendido. Quería asegurarme de que tus preocupaciones siguen siendo normales y que no hay nada extraño en tu cabecita. Deseaba garantizarme de que a pesar de la soledad a la que te expuse como parte responsable y solidaria que me siento, convive felizmente con una nueva apertura mágica, esa que debe ocurrir en la vida de una persona forastera que llega a una nueva ciudad. Tenía que estar segura de que aparte de todos los que te queremos, tu vida se amplía y sigues construyéndola poco a poco, despacio, no hay prisa.
Por eso regreso a casa con la sensación de que todo va bien, que todo está sereno y tranquilo, de modo que no se te olvide lo que te dije. Los planes siguen en pie. Nos iremos juntas, primero a ese sitio tan especial para ti donde dices que nadie te quiere acompañar, y luego a aquel destino que ya estaba fijado desde hace tiempo, aunque tengamos que conformarnos con el verde del paisaje y la frescura de la zona. También hay mar y podremos hacer torneos de tennis, como los que a ti te gustan, bajo la alfombra de arena. No tengo ganas ni fuerzas para insistir más y ya te he explicado por qué. Sé que ahora lo comprendes, porque siempre he sabido que solo tú me comprendes del todo y sin dobleces ni ataques. Sabes qué bromas puedes usar conmigo y cuales traspasan la barrera de mi sensibilidad. Siempre lo he sabido. No sabes ser puñetera porque sabes que me descoloca, que me ata, que me destruye....
Gracias por ser como eres, tesoro. Gracias por existir y por darme la paz de espíritu que necesito, aunque me quede en blanco de nuevo, es una pérdida muy pequeña comparado con lo que gano con el calor de tu sonrisa. Sí, esta noche dormiré tranquila, como hacía mucho tiempo que no dormía. Arrullada por el eco de tu voz. Dulces sueños, mi niña mimada y dulce, muy dulce despertar ; ) .
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home