Recuerdos

Como cada mañana, atravesaba la misma calle para ir al parvulario, cuando ladeé la cabeza y….te vi, rubio como el oro, a todo gas con tu bicicleta, camino de la escuela. Aquella sería casi la primera y la última vez que nos veríamos, bueno yo cada vez que pasaba por tu callejón miraba, por si te veía pero fueron pocas, muy pocas veces las que coincidimos. Ni siquiera sé como hablabas, siempre te miré desde la distancia aunque hoy, treinta años después, aún me acuerdo de tu nombre, Edorta, y de tu pelo rubio como el oro.
Como cada tarde, merendaba en mi salón, con mi bandeja cuadrada de cerámica poseedora de aquella rebanada de pan con Nocilla privilegiada de viernes, me asomé como cada tarde a la ventana, descorrí las cortinas y te vi, sí, jugabas al fútbol con un pantalón corto que dejaba ver tus piernas y un jersey horrible que quedó eclipsado por tu rostro moreno y una mirada que me prometí a mi misma que en algún momento contemplaría desde más cera porque….lo que yo no me imaginaba en aquel momento era que después conocería esa mirada más de cerca y otras más largas, y proximidades que me harían estremecer, caricias, momentos, benditos momentos a solas ante el televisor y tus libros, y aquella puerta que se cerraba para permitirme tenerte a mi merced. Hoy, veinte años después, todavía recuerdo el tacto de tu mano tonta, y conservo de año en año el perfume de tu piel entre la mía.
Como un día especial llegué a aquella oficina en mi primer día de trabajo y al alzar mis ojos te vi, simpático, agradable, amable, siempre atento, con una voz melódica y una sonrisa que pocas veces perdías. Te pillé fijándote en mi escote, pero eso no era nuevo para mi, uno más, y qué lejos estaba de imaginar que tú serías el que me hiciera pasar de curso en mi sexualidad, arrebatándome encantadoramente una honra que ya pesaba demasiado, cada día era más difícil mantenerla pero, ¿Quién podría ser el indicado? Y fuiste tú. Y yo, hoy, dieciséis años después no puedo ni quiero olvidarme de aquellos días junto al riachuelo, en aquel hotel de lujo, o en otros más modestos donde me llevabas con los ojos tapados y hablándome por el camino de todo lo que me ibas a enseñar ese día.
Odiaba el mundo del motor y la chapa, aletas traseras, delanteras, paragolpes, faros, pilotos, etc…hasta que te conocí. Tu simpatía me cautivó y el morbo diario que me regalaste todavía me extasia hoy. Creo que nunca olvidaré aquellos días, permanecen pegados en alguna parte de mi cerebro y cada vez que toca recreo, brotan en mi a modo de fantasía pero aún conservan el sabor de tus besos y el calor de tus caricias a modo de chispa para encender las mías. De noche, ocultos en aquel coche bajo el cristo de piedra y rodeados de árboles y otros coches y de día, ocultos tras aquella puerta de oficina muda y hoy vacía.
Recuerdos que poco a poco, lentamente, se van transformando en fantasía….mía y solo mía.
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