01 mayo 2009

La Sorpresa


Y llovía. Todo se mojaba, con agua menuda y fría, repiqueteando sobre el verde, el pardo o el gris de aquel submundo urbano. El brillo de su alma también se mojaba en lágrimas de nácar saladas.
Y llovía, clara, suave y dulcemente, mientras una flor de fuego hermosa moría víctima de una amenaza.

En el centro de aquel prado, envuelta en viento atormentado, confuso y extraño, notaba como sus estambres se apagaban. Pensó en sorprender gratamente al pastor y encontró su propia muerte, aplastada como un cardo por su zapato, mientras un viejo tren se perdía en el horizonte contaminándolo todo de un ruido ensordecedor. Era dolor, dolor de cabeza, aunque aún le quedaron fuerzas para un último quejido: "No, no quiero morir, llévame contigo"