Mis mil y una noche...

Cae la noche.
Lentamente se van apagando las luces de la ciudad que dejamos a la espalda, lejos, cada vez más lejos.
El viaje ha sido largo, muy largo. Todavía me paro a pensar si ha valido la pena, pero la noche lo envuelve todo de un halo mágico que no me permite ver la realidad, eso sucederá mañana.
Hoy, ahora, voy sentada en el asiento de atrás de un taxi, junto a ese hombre que me robó la mirada, el aliento y el suspiro de amor que agazapado, aguarda el beneplácito de una mujer, yo.
No es lo habitual, pero yo nací para romper esquemas, algunos al menos y ha sido la condición impuesta por mi padre para admitir a este hombre, mi hombre, en su casa como algo más que mi amigo. Se lo he pedido, rogado yo: "Quiero conocer su mundo, su ciudad, déjame ir, ven conmigo" y mi padre, asintió, nunca me ha negado nada, no ha podido ni ha querido, jamás.
Y la carretera se acaba, adentrándonos en un camino de arena que chirría bajo las ruedas del coche, pero la noche mágica lo acalla, shhhhhhh, yo no oigo nada, solo un "Te Quiero" de sus labios, dulces labios, jugosos como la miel y sabrosos como el néctar de la felicidad y un par de grillos en el suelo, fuera. Tengo que abrir la ventanilla porque me he acalorado al sentir su dedo recorriendo mi muslo sobre la ropa, me mira, sonríe, yo bajo la vista, al dedo, lo tomo, el dedo y la mano entera, la beso cerrando de nuevo mis ojos, es mi manera de decirle que le quiero y él lo sabe, y me abraza, mi corazón se acelera, tengo ganas de llegar a casa, estoy cansada pero alguna fuerza sacaré para notar despacio el roce de su piel, me encanta.
Se llama Elías y tiene un pequeño al que también conoceré, Manahah. Parecen iguales, uno en pequeñito y otro en adulto, hombre, mi hombre, de piel morena, pelo negro azabache y los ojos más verdes que yo haya visto jamás, como el mar del Caribe, como las piedras preciosas, como el color del amor cuando se entrega a ciegas, así hizo Elías, en mi país de origen.
Cada mañana dejaba una rosa ante mi puerta, para que yo la recogiera al salir, camino del Instituto, una manera romántica de acercarse a mi despertar y hacerme saber que yo era su primera imagen mental cada mañana y al volver encontraba una cestita llena de frutas y chocolatinas, como símbolo de la dulzura que admiraba de mí y ansiaba probar.
Durante meses, apenas se atrevió a mirarme a los ojos para hablar conmigo, y en vez de eso lo que hacía era tomarme la mano y besarla sin alzar la vista. Extraño pero muy lindo gesto de caballero enamorado.
Después, con una sensibilidad exquisita, tras el beso en mano, la tomaba para entrelazarla en las suyas y llevarme a pasear por la playa, dejarnos acariciar por la brisa y rodearnos de risas y alegría.
Me hablaba vivazmente, reíamos, hasta cantábamos, pero jamás posaba sus ojos en mí descaradamente, eso me hacía sentir bien aunque no entendía ni yo misma el por qué.
Una tarde, antes de ocultarse el sol, me pidió visitar su país, su mundo, su vida. El debía volverse ya pero antes, si yo así lo quería, pediría mi mano a mi padre, lo que significaba viajar muy lejos pero yo hacía tiempo que había empezado a vivir mi cuento y no pensaba pararme ahí, dije SI.
Y como no dicen jamás los cuentos que sucede, al llegar a aquel país y al contemplar el amanecer, todo se desvaneció, no por el jardín que rodeaba su casa, lleno de árboles frutales y olorosas rosas multi-colores, no por el pequeño que me besó los pies al llegar a su puerta y no por la media docena de mujeres que me ofrecían aceites y presentes de telas ricas y vaporosas arropadas con las mejores de sus sonrisas, sino porque fuera de los muros de su fortaleza, a la mañana siguiente pude descubrir un país siempre en guerra, obsesivo, delirante, loco, como otro mundo dentro de un mundo que pudo ser mi mundo y quedar rendido a mis pies. Fue lo que nos separó y el cuento de las mil y una noche se rompió.
Pero me quedó el sueño del recuerdo, un tenue reflejo que cada noche atrapo con ansia porque una noche volvió como un fantasma que no me da ningún miedo, solo descubre de nuevo aquel sentimiento.
Ahora es el dueño de una dulce fantasía que de vez en cuando baila a mi alrededor recordándome lo que pudo ser y no fue.
Vivir en un cuento no es bueno, vivir una fantasía danzarina de vez en cuando alivia, reconforta, desprende un aroma sutil a esperanza y a olvido, lento pero seguro, o tal vez no necesite de la seguridad de darme cuenta de que es mi mente la que relaciona pasado y presente.
Apareció una imagen de rostro amable, ojos verdes y serenidad con aroma de flores, que acuna mi alma y arropa mis entrañas en el más callado de los secretos de que todo es posible, si quieres.
Soñar es gratuito, y por mucho que la razón nos empuje cada día, una noche y otra más seguiré soñando con sus besos salados, besos de mar que lo trajo hasta mí y me paseo desnuda por aquellos jardines inmensos llenos de flores tocadas por el misterioso reflejo de una luna gigante y extraña, anaranjada.
Y recuerdo sus palabras, y sus gestos, sus caricias y secretos de hombre fuerte que se volvió niño a través de mi mirada, de mi cariño, de mi alegría y mi corazón pero que al final nos devolvió a cada uno donde debíamos estar.
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