18 abril 2009

Rumbo a...


Estamos en el año 2.222.
La población se encuentra en un estado de /esperanza/ muy novedoso. La /mudanza/ hacia la Galaxia Prometida parece haber sumido a sus habitantes en un profundo sentimiento de /amor/ puro que habrá que averiguar cuanto les dura o si el efecto es perpetúo, que ojalá.

El /aparcamiento/ de las Torres Seskaya, destino de mi próxima morada, está abarrotado, he debido ser la última en llegar. Busco la /llave/ de mi nueva vivienda, una especie de tarjeta de plástico que se supone que tecleando *** e introduciéndola por cierta ranura, me dejará entrar a mi nuevo hogar. “De lo que es capaz la /Ciencia/ -me digo a mí misma a la par que la localizo en el bolsillo trasero de mi pantalón de piel-. El /futuro/ ha llegado /¡me cachis en la mar serena¡/ y ahora sí que se nota y no en aquella /fotografía/ que nos enseñaban en las reuniones cuando nos querían vender un trocito de parcela o un ático por aquí, que solo eran planos e imágenes de papel. Esto es real. Ese /árbol/ es extraño, no tiene hojas, ni una, pero es real. Ese /lago/ de ahí abajo es oscuro, frío y sombrío. No creo que me bañe en él, pero es real. Todo parece estar envuelto en un halo de /soledad/ y /misterio/ a los que ya me he acostumbrado y sin embargo acabo de llegar. Desde luego esto no es /Copa Cabana/ ni una /playa gallega/. Se parece más al /culo/ del mundo, del mundo nuevo que han tenido que construir para nosotros, humanos incompetentes y despiadados y, venga, otra vez, vuelta a empezar, otros dos mil y pico de años más.
Recuerdo perfectamente que mi antigua ciudad se convirtió en una /celda/ sin rejas porque era un verdadero /terror/ salir a la calle, solo traspasar el umbral de la puerta de tu casa. Podía suceder cualquier cosa. Solo el domicilio era inviolable y sorprendentemente eso se respetaba, lo demás....¡nada¡, la ley del más fuerte, como en la selva.

Cada día resultaba más difícil encontrar un /amigo/ que ni tan siquiera te escuchara. Una noche, tenía tanto miedo del infernal ruido de sirenas en la calle, que dormí en el /armario/, ni en mi cama me sentía a salvo. Incluso abracé a mi /osito/ viejo de peluche que todavía guardaba allí dentro. Sentí pánico, pero cuando lo abracé y lo noté tan blandito y oloroso, me calmé y pude dormir un par de horas.
Vivíamos en una continua /incertidumbre/ sobre lo que seria de nuestras vidas. La /amistad/ se compraba y se vendía e incluso existía días de liquidación por cese. La /justicia/ la aplicaba el más fuerte, el líder, el más simpático, el más seguido y la /libertad/ era solo un recuerdo extinguido como palabra en un viejo diccionario.
A mi padre le clavaron un cuchillo en la /nuez/ por no querer /satisfacer/ los deseos de la vieja dama de la comarca, un /alma salvaje/ sin remedio que vagaba desnuda por las calles en mitad de la noche. Su /voluntad/ fue de hierro y eso que ella se lo puso muy difícil. A cambio le entregó una /amapola/ en un precioso gesto de /paz/ e intentó explicarle que no quería poner en peligro su /felicidad/ pero ella le dijo que estaba como una /cabra/ y más /ciego/ que el de Tormes y sin mostrar una sola pizca de /comprensión/ su comportamiento fue lo más /mefistofélico/ que os podáis imaginar. Aquella mujer no tenía /ácido desoxirribonucléico/, sino cualquier otra cosa, os lo digo yo. No sé si tendría remedio o no, pero el /sexo/ era su biblia y su modus operandi y pobre de todo aquel que se cruzara en su camino con alguna duda cuando ella lo invitara a /sandía/ y notara su /sutil/ y /exótico/ /perfume/, estaría perdido a menos que echara mano de su /inteligencia/ y si es que le servía para algo intentara razonar con ella y ganarla, pero era inútil, ella era la /estrella/ de la comarca en su más amplio /concepto/ /ecuménico/ y nadie te defendería del /dolor/ que te esperaba como no fuera tu /fe/ la que te salvara, lo llevabas mal.
Ya solo era un recuerdo, un mal recuerdo, por suerte. Ahora me encontraba en aquel sitio extraño, como sacado de la /mitología/ griega en /espera/ de que mi /esternocleidomastoideo/ soportara el peso de aquel /mamotreto/ de caja que contenía todo lo que había podido reunir de efectos personales para llevarme a mi nuevo hogar, que estaba allí, delante de mí.

Por el camino hacia el portal pude escuchar unos acordes de /guitarra/ sonar. Fue cuando tuve la sensación de que la /adaptación/ sería posible porque así como la música amansa a las fieras, también transmite sosiego, calma, paz...
Las paredes del ascensor que me llevaría hasta el ático estaban pintadas de un azul /celeste/ algo chillón para mi gusto, pero sin duda alegre en mitad de aquel día de noche perpetúa que sería a lo que más tardaría en acostumbrarme.

La tarjeta que hacía de llave me abrió la puerta de mi vivienda. Era como una cajita de cerillas iluminada tan solo por un débil /candil/.
Era la /primera/ vez en toda mi vida que no sentía ganas de salir corriendo de allí por la /carretera/ más cercana, porque, claro, allí no había carreteras todavía, pero sí existía la /solidaridad/ y la /sinceridad/, valores total y /deliberadamente/ perdidos de mi viejo mundo. Con un poco de /paciencia/ estaba segura de acostumbrarme a aquello.
Abrí una ventana y una /brisa/ algo extraña llegó hasta el fondo de mis pulmones. Fue cuando presa de la /sencillez/ y humildad que siempre me había caracterizado, me acordé de aquel /crápula/ por última vez, supongo que por asociación de ideas.
En el /horizonte/ que alcanzaba mi vista no se dibujó ninguna /marea/, solo un /humo/ grisáceo que salía del /alcorque/ cercano al árbol extraño, lo primero que ví cuando llegue.

No sabía muy bien qué hacer. Podía ponerme a jugar al /alquerque/ en solitario, pero no, al final opté por permanecer allí, apoyada en el /alfeizar/ de mi ventana, contemplando mi nuevo mundo, el que se había abierto para mi nueva vida........