Voluntarios.

Es un cuarto un tanto deprimente, aunque mejor ese que nada.
En el centro hay una mesa de despacho que debe pesar varias toneladas, con cajones a ambos lados y sobre ella dos aparatos fundamentales para pasar la noche: el teléfono y el ordenador.
Alrededor hay más cosas. En el fondo siempre hay un poquito de gusto hasta en los sitios más desangelados y sobre todo desde la ventana se puede ver el mar, que si de día es bonito, de noche, cuando la luna brilla y dibuja destellos en su superficie, uno se puede quedar boquiabierto con semejante estampa.
Hay dos sillones muy cómodos, varios archivadores de distintos tamaños, un botiquín, una máquina de café que debería estar fuera y una planta verde y natural que resiste su descuido porque es bastante dura por sí misma, aunque no recuerdo como se llama.
Fuera del cuarto hay un cuarto contiguo donde se oyen voces. Son Marcos, Desiré, Tony, Soraya y algún otro más charlando. Mientras yo no abra la puerta o haga sonar el timbre, ellos pueden pensar en cosas normales, hablar de cosas normales, bromear, cantar, reir o soñar. Sí, soñar. Hay un horario gigante sobre el sofá, con horas, días y nombres y en un tercer cuarto, todos contiguos, un par de camitas pequeñas con una débil luz y una mesita de noche donde siempre hay una botella de agua fresca, limpia y nueva. Y es que....está comprobado que venir aquí puede, en algunos casos, ocasionar pesadillas. Por desgracia son muy pocos los dulces sueños que se tienen en ese cuarto.
Entre mis papeles busco el más actual, para seguir con la lista. Ya solo queda esperar y mientras lo hago suelo mirar la estampa exterior o abrir el explorer del ordenador. Siempre encontraré algo para leer, aunque cuando el teléfono suena es como si el mundo se parase. No existe nada ni nadie salvo esa voz que me habla y yo.
Y siento mucho que anoche tuvieras tanto miedo. Algo se apoderó de ti y me dijiste que ibas a visitar el mar por última vez, que no volverías. Yo, enseguida, saqué toda mi artillería pesada para convencerte de que no valía la pena que hicieras algo así. Que mejor pensaras en todo lo que te ibas a perder mientras localizaba la llamada por si hacía falta.
Te pregunté tu nombre aunque tú me respondiste que eso poco importaba. ¡Cómo no va a importar¡. No me digas que es lo mismo llamarse Paloma que Blasa porque no es lo mismo. Yo te dije el mío. Siempre y todavía resuena el comentario del “simplemente......”, es curioso pero es así. Y te conté todas las razones que se me ocurrieron por las que hay que seguir aquí, fuera del mar y solo abrazarlo para disfrutar de su frescor, o de su paisaje, de su oleaje....
Fue muy duro escuchar tus razones para dejarlo todo y enseguida se disparó en mi interior la señal de alarma. Algunas veces hablo tan fuerte, que los que charlan afuera entran y tienen que masajear mi cabeza para que la vena de mi frente, una que sale y se esconde a su voluntad, no estalle de impotencia. O mi espalda, que se torna tensa porque hubiera querido estar a tu lado, tomarte de las manos y poder sacar esas ideas de tu cabeza.
Solo es miedo ante la vida, que se vuelve pánico, algo traicionero que nos nubla la mente por completo. Unos días consigo hacerte cambiar de opinión, otros....no....y colgáis el teléfono. Es cuando se recurre discretamente a averiguar quien eres para cuidarte desde lejos y asegurarnos de que solo fue una mala noche.
Vigilar el ordenador suele ser menos intenso, solo es para coordinar las llamadas recibidas desde cualquier punto de la zona donde personas como tú o como yo han observado hechos que han llamado su atención y no pueden quedar así. Mejor comprobar que todo está bien porque eso se sabe enseguida.
Y así, lentamente, transcurre la madrugada, entre ratos de aquí y ratos de alla, con la presencia de la Dama Luna en la tribuna celestial y alguna estrella que otra que brilla más intensamente, como pequeños guiños en la noche.
Hoy no he tenido ni fuerzas para volver a casa y he dormido un rato aquí, en estas pequeñas pero acogedoras camas. Un cuarto bastante destartalado pero donde yo me siento a gusto, muy a gusto.
Cuando cierro los ojos sé que he hecho todo lo posible para buscar una sonrisa, una razón de vida, un motivo de esperanza o, simplemente para que todo nos vaya bonito. Y duermo igual que una niña pequeña. Hasta me quedan ganas de apuntarme a una salida temprana por revisión de costa. Me encanta sentir la brisa alborotada sobre mi cara, azotando todo mi cuerpo en una caricia que me limpia, que me eleva y me transforma cada día en una persona un poquito, tal vez, mejor. Es lo que quiero.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home