21 febrero 2010

Diario de una mujer (II)


Por pura impaciencia juvenil, el próximo escalón hacia abajo la conduciría irremediablemente hacia la indigencia, se dijo a sí misma Nora aquella segunda tarde de verano. Se paró a pensar cómo demonios había llegado a aquella situación.
Encendiendo un cigarrillo, contempló por su ventana un paisaje demasiado familiar, cristalizado en sus retinas.

Poco a poco se había vuelto más tupido, menos verde-pardo y más asfaltado y gris. Se preguntó si la solución no estaría en salir de aquella "jaula".
Alguien que cruzaba la carretera por el paso de cebra en ese momento, le recordó a cierta persona que conoció al poco tiempo de llegar a Manderón, Frasco, un señor mayor con el que se cruzaba a diario por la misma carretera y la saludaba cordialmente. Mucho tiempo después se enteraría por su madre de que aquel señor que cada día alargaba más sus saludos y con versaciones con ella era el señor Alcalde de Manderón, aunque a Nora bien poco le importaba aquel dato. Lo que más llamaba su atención era la ternura con que Frasco la miraba y le hablaba siempre, un día y otro día.

Uno de esos dias, en casa, sonó el teléfono. Atendió la llamada doña Laura, la madre de Nora. Preguntaban por su hija, lo que dejó muy sorprendidas a las dos.

-¿Dígamé?... Su madre, prudente ella, le cerró la puerta y se quedó en la cocina preparando café, deseosa de que Nora terminara y le contase quién le había llamado, ¿un amigo, tal vez?, porque la voz era masculina... Estaba segura de que se lo conta
ría, al menos siempre le contaba todas sus cosas. No eran una madre y una hija muy tradicionales; además eran amigas, se apoyaban la una a la otra, compartiendo algo más que la maternidad.

Por fín Nora entró en la cocina al olor del café con un semblante de rareza por aquella llamada. Su madre la miraba expectante y ella le explicó que no sabía por qué pero la llamada resultó ser de Frasco, el Alcalde. Quería verla en el transcurso de la mañana. ¿Para qué?, algo relacionado con un trabajo.No había sido demasiado explícito por teléfono, por si alguien le escuchaba." Se ha enterado de que he terminado el bachillerato y se le ha ocurrido que me podría interesar una plaza en el Ayuntamiento que por lo visto van a solicitar a la mancomunidad".

Doña Laura se alegró mucho por su hija. Hacía una semana que terminara la selectividad y todavía no quería acosarla con preguntas del estilo ¿...y ahora qué...?. Su hija era una buena estudiante que además disfrutaba delante de una mesa abarrotada de libros y papeles. Por otro lado, también sabía que ella era la única que podía elegir su destino; todos los demás sobraban, a lo sumo, podían aconsejar a su pequeña, darle su opinión y de sobra conocía Nora la opinión de todos los que la querían: se merecía lo mejor y tal como estaban las cosas en el mundo, su abuela Dermi, fallecida hacía unos meses, siempre intentaba inculcar a su nieta la idea de que los trabajos del Estado, como ella los llamaba, serían siempre los mejores, porque además Nora valía para sacar cualquier plaza que se propusiera...

Por un momento, las dos, madre e hija, parecían estar escuchando la voz de la sabia anciana sus ojos se humedecieron. Todo lo bonito de esta vida,suele traer consigo algún recuerdo triste, almenos en la vida de Nora siempre era así, una cadena de muchas amarguras,culminadas en una alegría y ráfagas de alegría, que en algún momento son interrumpidas por un dolor intenso que casi no se puede soportar.

El Señor Alcalde y su señoríta súbdita habían quedado para última hora de la mañana, de modo que Nora tomó su caballete y pintó largo rato como a ella más le gustaba, humedecida aún por su albornoz de recién duchada y en la terraza, al aire libre, con esos primeros rayos de sol que parecían iluminarle muchas veces el sendero juvenil, y le ayudaban a madurar sus ideas mientras pintaba, como los frutos de los árboles que están listos para caer al suelo. Así se sentía Nora en aquel momento, realizando aquella explícita actividad, en aquel preciso lugar y a esas horas determinadas. Ella lo llamaba "recargar la batería" y a doña Laura, la verdad es que no le importaba; nunca había obligado a su hija a que le ayudara con las cosas de la casa. Ella tenía su propia teoría...