El viaje de Vera

Por fin había llegado a su destino. Cansancio, dolor por todo el cuerpo. Demasiadas horas de carretera y su manía de no querer parar porque la noche no le pillara desprevenida. Un último atasco para entrar en la ciudad y todo había quedado atrás. Su prisa por llegar tenía mucho que ver con una huída, pero claro, ella jamás lo reconocería, por supuesto.
La ciudad dormitaba medio en silencio, apenas se escuchaba alguna que otra voz a lo lejos, risas, parejitas en alguna esquina oscura con sus arrumacos y lo más penetrante de todo era un pitido sutil que sin duda provenía de la vía del tren que tantas veces cruzara de niña como un juego pero con mucho respeto, con la máxima atención a la barrera que la separaba de casa de tía Dérmil...¡Cuántos recuerdos¡
La maleta era demasiado pesada y Vera se encontraba algo debilitada por la falta de alimento durante todo el viaje, muchas horas sin comer y solo un litro y medio de agua en el estómago, aquello no era fundamento, no, no era un buen principio, de modo que recapacitó por una vez y se adentró en el viejo Polly, la tasca donde fuera a comer “rabas” la primera vez con los papás de su amiguito Edorta y con Edorta mismo.
Nada más entrar y sentir aquel calor, aquel aroma y aquellas vistas reconfortantes, se sintió de nuevo niña, oía su propia voz revoloteando por el local detrás de su amigo Edorta y de sus risas, hasta que una voz familiar la sacó de su ensimismamiento:
-Enéeeeeeeee, pero si eres tú, ¡la peke¡, Karmele, que es la peke¡, de verdad. Un abrazo, niñita.Cuéntanos, ¿y los aitás?, ¿vienes sola?, ¿cómo tú por aquí, remolona, que hace años ¡que no vienes a vernos¡?
Automáticamente Idoia se encargó de que Vera cenara como una reina y charlaron tranquilamente de todas esas cosas que charlan las mujeres cuando se reencuentran después de tanto tiempo, máxime cuando una de ellas ha vigilado y cuidado de la otra como de una hija propia, con la que compartía juegos de niñas.
Pero la amargura de Idoia, de pronto, afloró, y Vera no fue capaz de evitarlo, tenía que saberlo, sentía, en parte, que le correspondía saber, averiguar, qué pasó y nadie mejor que su madre y amiga para informarla.
-Si, hija, si, a Edorta me lo marearon con sus ideas, me lo robaron de mis alas, se lo llevaron bien lejos, al trópico, y cuando regresó ya no era mi hijo, pero yo siempre luché por recuperarlo, siempre, siempre, siempre.....hasta que un día, me pareció ver en sus ojos que mis palabras de amor y ternura corrían su tupido velo y entonces, me cogió de un brazo y me dijo....”ama, ahora vuelvo...., queda tranquila que voy a arreglar “esto”....pero ya no volvió, hija mía, solo me devolvieron su cuerpo, un cuerpo marchito que yo tuve que entregar a la Madre Tierra con todo el dolor de mi corazón. Hoy hace un mes.
Vera quedó muy abatida y como pudo se disculpó, estaba muy cansada en realidad para seguir charlando y saciada su curiosidad inicial y sus sospechas eternas, consideró más oportuno subir a casa a dormir.
Como era de esperar, Idoia le ofreció sábanas limpias, toallas, leche y agua –por si no había-, como hiciera una segunda madre amorosa que no es biológica, pero madre al fin y al cabo. Muy triste, casi llorosa y apesadumbrada llegó al piso donde viviera con sus padres haría unos....¿veintitantos años?, o más. Le sorprendió la facilidad con la que abrió la puerta, como si alguien desde dentro le ayudara. Al entrar, miró a un lado y a otro e incluso detrás de la puerta, por si existía una mínima oportunidad de que alguien le hubiera querido gastar una broma o una sorpresa, porque la puerta se abrió con demasiada facilidad. Conectó el automático de la luz, que funcionaba perfectamente en cuanto a suministro de corriente eléctrica en la casa, aunque, lo que no parecían ir tan bien eran las bombillas, que se encendían o apagaban justo a la contraorden de Vera, es decir: que ella encendía, la luz no encendía, que ella apagaba, la luz se encendía. Tal vez el enchufe estuviera, simplemente, del revés o permutados los polos de la corriente o de las llaves o de las conexiones, pero lo encontró normal, así que, se adentró hasta la cocina pasando por delante de un cuadro de cuerpo entero al que ni miró. Conocía aquel cuadro, había estado ahí toda la vida, pero con el rabillo del ojo y al cruzar, le llegó un flash mental: “Esa no soy yo.....” y entonces si que volvió al cuadro. Volvió a mirarlo, se enfrentó de cara con aquella imagen que reconoció al instante. Una figura blanca que en vida siempre vestía de oscuro....
Sería el cansancio que tenía encima. Lo mejor que podía hacer era irse a la cama. La preparó en un santiamén pero justo cuando se disponía a tumbarse en ella, una corriente de aire abrió el balcón de la habitación, lo que le obligó a cerrarlo de un golpe por que....abrirse, se había abierto muy fácil, qué fuerza tiene por aquí el viento, pero ya cerrarlo le iba a resultar algo más difícil.
Mientras Vera se debatía en un pulso con el portón, pudo ver a través del cristal dos cosas, primero y exteriormente, que llegaba una tormenta y de las furiosas, cientos de rayos se dibujaban aún sin sonido en el cielo oscuro y a cada claridad le parecía ver una carita familiar y dolida que estaría…¿dónde?, ¿tal vez detrás de ella?
Con un par de ovarios se volvió a mirar, pero no, no vio a nadie, aunque alguien había deshecho completamente la cama que ella había preparado con sus sábanas, su manta y su almohada hacía escasos minutos. Todo estaba arrojado en el suelo por lo
que a Vera ya no le cabía ninguna duda de lo que allí estaba viviendo en aquel preciso instante. Tia Dérmil le había hablado largo y tendido sobre las almas que buscan la luz cuando mueren violentamente sin esperarlo, de modo que se hacía necesario más coraje y preguntar. Y preguntó, en voz alta y clara:
-Alma sin luz, dime quien eres¡
El silencio lo envolvió todo por un momento y únicamente lo quebró el primer trueno de la tormenta que se iniciaba a su espalda, tras el balcón, que volvió a abrirse impulsado por una fuerza extraña.
Vera sintió un tremendo escalofrío que dominaba su cuerpo. Empezó a temblar como una hoja. Nunca había sido demasiado fuerte para aquellos temas que tía Dérmill contaba cuando ella era una niña y llegaba la hora de comer, sobre todo arroz blanco caldoso. Lo recordaba perfectamente, durante años fue como un ritual y en parte tal vez solo por aquel detalle no soportó nunca el arroz blanco caldoso, porque atraían a su memoria historias de espíritus, ¡qué tontería¡, ¿por qué no podía tía Dérmill contar historias de la vida y no de la muerte?.
Se cambiaría de cuarto, si, eso haría. Recogió las sábanas, la manta y la almohada del suelo y sin tocar nada más cerró aquella habitación y salió de allí escuchando los latidos de su propio corazón en el silencio de la noche.
Dejó su “petate” en la habitación pequeña, que estaba enfrente de la que terminara de cerrar dejando allí aquella especie de “ poltergueist” o lo que fuera aquello, tampoco es que le interesara demasiado, una cosa es padecer desde niña historias contadas de espíritus y otra muy distinta que investigara más. Ya había preguntado, ¿no?, como siempre decía tía Dermill que había que hacer y, respuesta no obtuvo, de modo que pensó en ocuparse de su sueño y de su descanso, que era lo único que le apetecía en realidad.
Antes de preparar la cama pequeña, aunque para ella sola era más que suficiente, fue a la cocina a oscuras. Quería beber algo, aunque fuera leche o agua, ya que no disponía de más. Abrió la nevera, donde había dejado el brik de leche que Idoia le facilitara unas horas antes y....para su sorpresa encontró un pedazo enorme de tarta de manzana, su favorita. Juraría que cuando dejó la leche no estaba, o no la vio....Además, seguro que estaba mala, a saber el tiempo que llevaba allí, o puede también que Idoia quisiera sorprenderla con aquel bonito gesto, pero no, porque Idoia no sabía que ella venía a la ciudad. ¿Quién pondría aquella porción de tarta allí?, era todo un misterio, sin duda. La tarta tenía una pinta estupenda. Daría solo un bocadito y si estaba mala, con escupirla, un trago de leche y listo. Desde luego parecía fresca, jugosa, deliciosa.La sacó de la nevera y buscó una cuchara. Todavía recordaba donde se encontraba cada cosa en la cocina y en toda la casa, aunque no había muchas cosas: un par de camas, un sofá, un reloj de pared, una mesa de comedor con media docena de sillas y otra en la cocina, donde se sentó tranquila a degustar su tarta.
Deliciosa....¿para qué se iba a preguntar nada más?, se la comió y después un vaso de leche, a ver si por fin podía dormir algo.
El reloj de pared empezó a hacer sonar sus campanadas, ¿qué hora sería ya?. No podía ser, ¡las campanadas pasaban de doce¡ Eso es que había contado mal, pero no, si lo gracioso es que sonara, ¿quién le daba cuerda, si allí no vivía nadie?, estaría estropeado, o peor aún, en el caso de que los relojes pudieran volverse locos, aquel lo estaba ya, sin remedio y ella terminaría loca también si no conseguía parar aquellas campanadas que seguían y seguían sonando en toda la casa.
Un tanto histérica ya –para qué vamos a negarlo- deseosa de dormir, algo tan sencillo y simple como dormir pero que cada vez que se lo proponía sucedía algo que se lo impedía- se dirigió al salón a parar el reloj. No tenía ni idea de cómo hacerlo, además no funcionaba la lámpara, ¡qué bien¡, menos mal que por los dos balcones que a cada lado de la imperial chimenea se erigían entraba algo de luz. Intentaría parar el péndulo con la mano, a ver si así el reloj silenciaba. Bueno, ya está, silencio otra vez, ¡A dormir¡.
En un periquete se hizo la cama pequeña, se quitó el pantalón y durmió con camiseta, por lo menos se acostó con ella, eso de dormir parecía que iba a resultarle imposible porque nada más rozar la suave y olorosa almohada un llanto imperceptible apareció en aquel silencio que ya no se rompía ni por la tormenta que parecía haber pasado. Su instinto, su costumbre o lo que quiera que fuese, le hizo pensar en alguien en concreto, solo que.....había llegado sola a la ciudad, no era quien pensó. A levantarse toca e inspeccionar la casa porque cada vez se oía mejor el llanto aunque no tenía muy claro de dónde procedía: del salón comedor, no; de la cocina, no; del cuarto de baño, no. Miraría en la otra habitación, en la de los fenómenos extraños, ¡qué remedio¡, aquello era un llanto y su sensibilidad no le permitía taponarse los oídos, tampoco tenía tapones, así que, abrió la puerta y se lo encontró todo, absolutamente todo en orden, incluso el balcón cerrado. Ya por curiosidad se acercó a él (al balcón) y efectivamente, como había pensado, era incapaz de abrirlo, estaba atorado, la madera reseca y el picaporte clavado en el marco, imposible de abrir por ella, lo de que se hubiera abierto un par de veces hacía unas horas era fruto del sueño que tenía encima, había visto visiones porque estaba muerta de sueño, si ya lo sabía de sobra pero...¡ lo difícil que le resultaba dormir¡
Escuchó de nuevo. Parecía que todo estaba en calma. Salió de la habitación de los efectos raros al centro del pasillo, un pasillo cuadrado alrededor del cual se repartían las estancias de la vivienda. En una de las paredes cercanas al cuadro de la entrada había un tresillo, un módulo de dos sillones, lo justo para sentarse. Intentaría dormir ahí aunque fuera, dado que las camas de la casa le hacían oír cosas rarísimas.
Se sentó y se acomodó. Acurrucada en aquel sillón sus ojos de color miel se cerraron solos y en cuanto empezó a respirar se empezó a sumergir en el más rico de los sueños hasta que pudo localizar el sonido del llanto, que empezó de nuevo. Procedía del ¡¡¡¡CUADRO¡¡¡. Sus ojos se volvieron a abrir como platos, no lo creía pero lo estaba escuchando, detrás o dentro del cuadro alguien lloraba, pero… ¿quién puede hacer eso?.
Sus piernas empezaron a temblar y el corazón a latir más y más fuerte. Lo tenía justo a su lado y con el rabillo del ojo no veía nada, por la perspectiva, ojos y cuadro estaban en la misma línea, imposible ver nada a menos que se pusiera en otro ángulo ¿lo hará?, ¿lo harías TÚ?
Transcurrió algo de tiempo hasta que Vera decidió mover un pie, no sabía muy bien para qué, tal vez necesitaba estirarlo, sin más. El caso es que después del pie ya se envalentonó a mover las manos también, aunque solo fuera para secarse el sudor frío que recorría su frente e intentar aplacar con la palma de sus manos aquel ritmo cardíaco que le aceleraba el corazón. Nada ni nadie le obligaba a asomarse al cuadro, excepto una voz interior que clamaba.....¡TÓCAME¡. Una sensación extraña se apoderó de ella.
Poco a poco el corazón se calmó, los músculos de la cara se relajaron, el sudor desapareció y sin saber cómo su cuerpo se movió por fin entero, nada de por partes, al unísono, girando los noventa grados necesarios para situarse frente al cuadro y poder ver al fin. Ya no sentía miedo, sino curiosidad, ya no estaba nerviosa, sino alerta, expectante, intrigada, valerosa, ajena a todo lo que no fuera encontrar una respuesta a su pregunta, ¿quién llora en mi casa?.
El cuadro le ofreció una imagen cambiante y distinta de la realidad. Para empezar aquello no era su cuadro de siempre, ella de joven con su amigo y su casa de campo de fondo. No. Ya no era su casa, sino un caserío abandonado, más aún que aquel viejo piso de los Pladura y al fondo podía ver una ventana con vistas a la vía de un ferrocarril nada extraño. Pero en el cuadro era como si ella no estuviera, o no existiera, o que aquello ya no fuera un cuadro, sino un espejo de su mente. Y el llanto persistía y por la ventana que podía ver entraba algo de brisa, una brisa que llegaba hasta ella con olor a tierra mojada.
Se acercó un poco más y la curiosidad humana, siempre tan persistente, le hizo tocar el cuadro, aunque....no tocó nada excepto el lienzo y aire, el ambiente del otro lado. Y si su mano traspasaba el cuadro, aquello significaba que sus piernas podrían traspasarlo también. Lo intentaría, total, ya no se sentía ella misma, sino una Holmes de un expediente X o cuanto menos, rara.
Efectivamente, así fue, apenas saltar un escalón y aquello en vez de cuadro, se había convertido en una puerta que atravesó justo en el instante en que un conocido reloj empezaba a dejar sonar de nuevo sus campanadas. En un principio pensó que fuera el reloj del salón, pero no, se asomó y el piso estaba en total calma, donde parecía haber movimiento de trenes y de sonidos variados era dentro del cuadro, o detrás de aquella puerta, no sabía muy bien cómo llamarlo. Y un olor a tarta de manzana recién hecha que le hizo buscar con sus ojos entre la penumbra para localizar un horno antiguo, como aquel que recordaba de niña, totalmente de chapa. Había que utilizar un gancho para retirar los quemadores o abrir la puerta donde su abuela horneaba pan, galletas, bollos y tarta de manzana, ¡claro¡, de allí procedía su preferencia por la tarta de manzana.
Sin saber muy bien de donde, apareció una silueta de hombre que poco a poco se fue tornando en su amigo Edorta, que acudía presuroso al horno a retirar la tarta. Le faltaba un pedazo, curiosamente podría ser el que ¿ella se comiera un instante antes?, pero Edorta, o no se dio cuenta, o poco le importaba o simplemente lo sabía. Lo cierto es que pasó de largo ante ella, como si no la hubiera visto, además, qué tontería, Edorta estaba muerto, o su madre así lo creía, porque de otro modo, ¿cómo se comprende la explicación en la tasca?. Tampoco era normal el modo y manera de entrar ella misma allí, o sea que, dedujo estar viviendo un sueño o algo similar, no podía ser otra cosa y ya que había llegado hasta allí, anulado su sueño por completo y adoptado la actitud de una Holmes de novela, no se perdería detalle.
Una voz desde el exterior pareció asustar a Edorta. Sus reflejos se convirtieron en los de Vera y viceversa. A pesar de la mirada perdida en el vacío de aquel hombre, algo les acercaba cada vez más hasta que Vera se dio perfecta cuenta de haberse adentrado en el cuerpo de su amigo, de hecho, al dirigirse al exterior para contestar a la voz que llamaba, pudo ver el paisaje y sentir el viento traspasar los pulmones de Edorta llegando hasta ella. Oía todo, veía todo, lo único que no podía hacer era sentir por él ¿o sería que los muertos no sienten? Podría ser también eso.
-Aitor, ¿qué quieres ahora?. Estoy terminando de cocinar una tarta, tenemos que hablar, entra ya.
-No, ven tú aquí, ayúdame con este equipo, no puedo con todo yo solo y se me están volando los papeles.
Edorta, algo risueño, pero muy poco, se acercó hasta aquel desconocido barbudo de mirada extraviada y penetrante.
-No pareces hombre, Aitor, con lo machote que eres para apretar el gatillo y no puedes con una CPU, ya te vale…
-¿Ah, no?, no soy fuerte?, tú crees?
Aitor se acercó por la espalda de Edorta mientras él se agachaba para recoger del suelo, cerca de la vía, aquella CPU. Y de pronto todo quedó en silencio, solo se escuchó un tiro, el tiro de una bala justo en la nuca de Edorta.
Vera, perdida en aquel cuerpo empezó a sentir y oír aquel llanto de nuevo, envuelto en palabras inteligibles. Debía ser la voz de Aitor:
-No es nada personal, amigo, ya no nos sirves para mucho, antes de que nos dejes debes pasar por esto, es puro trámite.
-¿Había dicho puro trámite?
La desolación de Vera llegó al límite. Ahora sabía lo que había ocurrido con su amigo, lo había sabido y lo había vivido pero ¿qué más iba a suceder?
Un tren se acercaba, avisaba de que iba a recorrer aquella via, pero el cuerpo de Edorta estaba allí tirado, el pitido cada vez se oía más y más cerca, penetrando en su cabeza y ahogando el llanto de su amiga: BIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIPP
En un fogonazo y a modo de tremenda sacudida, Vera regresó al lado físico del cuadro, o lo que es lo mismo, a la realidad, aunque sus recuerdos, para su desgracia, seguían intactos, lo vivido sí lo recordaría ya para siempre, hasta el final de sus días y de uno en uno busca por las calles perdidas el rostro atroz de un asesino llamado Aitor.
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