22 febrero 2010

Diario de una mujer (III)


Doña Laura tenía su propia teoría al respecto, como os decía. Ella opinaba que llegado el momento, Nora afrontaría los retos de un hogar sin tener que obligarla a realizar las tareas domésticas a disgusto, porque la verdad es que no le gustaban lo demasiado, solo lo justo, era más que evidente..... Muchas veces la joven se levantaba y ella misma se ponía a recoger, o a pasar la aspiradora, pero esa mañana, madre e hija sabían que era especial y que Nora necesitaba relajarse, pintar y pensar. Tal vez su futuro dependía de ello...

A punto de dar las doce (de la mañana), nuestra Cenicienta diurna recogió sus bártulos artísticos y se dirigió al ropero. Se pondría algo ligero dado que el verano en la costa es de carácter fuerte y ella calurosa. Como siempre, doña Laura le dió el último visto bueno y su toque personal en el pelo, el prendedor de la suerte.
Una suerte que en aquella ocasión no acompañó a la Nora de dieciséis añitos, como os podéis imaginar porque de haber sido así, hoy no estaría pensando en la indigencia tal y como se puede notar al principio del relato.

Y es que muchas son las veces que se nos ha dicho que la suerte " no es para el que la busca, sino para el que se la encuentra". Tampoco entonces Nora conocía la existencia de un sin fín de academias que te preparan para opositar (que se llama).
Lo único que Nora tenía a su favor era la capacidad de estudio y que por suerte era como montar en bicicleta, una aptitud que no se pierde con el paso del tiempo, sino que más bien engorda, se alimenta y de hecho, en la vida rutinaria de Nora no podía pasar un día sin dedicar al menos una hora a leer o estudiar lo que fuera (prensa, boletines, una novela, o un prospecto farmacéutico o sería incapaz de conciliar el sueño. En su defecto, cuando no le apetecía leer era porque prefería rellenar unas cuantas hojas de un cuaderno que no es que fueran precisamente un diario, sino más bien reflexiones, anotaciones, apuntes para una posible novela, ¿por qué no?.
Y, de pronto recordó que todavía conservaba aquel cuaderno que empezó a escribir cuando llegó a vivir a Manderón. Cerró la ventana y se dirigió al armario del estudio para buscarlo. Al principio utilizó uno tamaño cuartilla con muelle, pero con el paso del tiempo acabó utilizándolo de anillas para poder añadir todas las hojas que le hicieran falta y reunir todas sus reflexiones y anotaciones en un mismo sitio. Bien mirado, parecía haber material suficiente para una novela autobiográfica y esta vez no tenía nada que perder, la situación no podía ser más clara: o la indigencia o, por fín el camino que Nora siempre deseó tomar pero que desviaba una y otra vez por una razón, miedo. No se había dado cuenta hasta ese momento de que llegamos solos a este mundo, de que las decisiones más importantes en la vida de una persona se toman en soledad y de que además ahora no le debía explicaciones a nadie superior que censurara su parecer. De pronto, todo se había simplificado: se trataba, nada más, que de rescatar el viejo cuaderno, pasarlo a limpio o a ordenador y confeccionar una historia lo suficientemente interesante para que una editorial se comprometiera a publicarla.... Una voz interior le gritaba : ¿dónde está el problema?; tienes el material, las ganas, el tiempo y además, desde que dejaste la pintura cuando de aficionada a leer pasaste a necesitar escribir, parecías tener muy claro que convertirías esa necesidad en la herramienta de tu profesión. ¡ Se lo prometiste a tu hija cuando le faltaba un mes para venir al mundo, agarrándote tú misma a aquella promesa para no volver a la jaula, la noche, las luces, el humo…hiciste un taller de "Redacción Literaria” que aprobaste con sobresaliente...¡¡¡, ¿no te acuerdas de los elogios y buenos deseos recibidos, de las tarjetas de visita que te dieron?, ¿necesitas más pruebas?. Empieza a aporrear puertas, pero antes....escribe la historia.....

No, tal vez no eran pruebas lo que Nora necesitaba, sino liberarse de un fantasma del pasado, un fantasma llamado miedo, que siempre se había escondido en la obediencia de la hija que fué y que evolucionaba, con el paso de los años, en una increíble dosis de mala suerte y falta de ese egoismo necesario en su más justa medida en el ser humano.

Y es que a Nora le hubiera gustado licenciarse en Filología Hispana o en Filosofía y letras, pero cuando papá se negó a pagar la matrícula de la Universidad alegando como única razón que una hija suya no necesitaba estudios superiores, la joven Nora decidió seguir el consejo materno y simultanear el trabajo que le regaló su padre con los estudios, máxime con la seguridad y confianza que daba trabajar para un padre, en una oficina donde el trabajo, una vez terminadas las facturas, organizar papeles, y esas cosas...se quedaba prácticamente en nada.... Aunque le doliera profundamente dejar de estudiar con sus compañeras de Instituto, podría matricularse en el turno de noche por lo que se enfadó con papá, pero se enfadó menos que si no le hubiera ofrecido aquella alternativa, Nora era así.....incapaz de contradecir a un hombre, y menos, su padre....