Corazón..., corazón...

Si, que sí, que síiiiiiiiii....
Me paso el día entero con los pies en el maldito y bendito suelo. Pongo equilibrio donde casi no lo hay, sueño por ellos, niños inocentes que despiertan a la mañana llorando porque lo más importante que ocurrirá hoy será que no quieren esa pera de postre o porque Jaime les quitó el lápiz.
Y sonrío, y vuelvo a casa con el total convencimiento de que algún día ellos también rían.
Pero después, miro aquella montaña que se alza justo delante de mí, colocada en la barandilla desde donde puedo alcanzar mi pequeño mundo y necesito volar, si volar.
Ayer volví a coger el coche y llegué hasta el pequeño campo de entrenamiento donde hombres ilusionados aprenden a volar y más que a volar, a caer. Esa fina lona que llena este pequeño saco les da esa pequeña libertad por unos minutos. ¡Qué sensación!. Si la conoces, ya no la olvidas y siempre quieres más. Notar como el aire te rodea por completo, como la vista no te engaña, como los oídos zumban sin parar y puedes acariciar la brisa que te empuja....Me lo han dicho tantas y tantas veces....
Al llegar me encontré con Francisco, mirando hacia arriba, porque aquí todos miran hacia arriba, como a una diana imaginaria donde deben estar los pequeños “muñequitos” que caerán del cielo. Adivinó o intuyó mi presencia en el campo de maniobras y ya tenía mi refresco favorito preparado. Es un hombre muy apuesto y agradable, solo algo joven pero muy maduro como para saber que en la vida la competencia que le ofrecía no le gustaba, así que se quedó aquí, más tranquilo. Su complensión fuerte y robusta le estaba dando la posibilidad de hacer un buen papel en este campo, mientras que ahí, fuera de la vaya casi no tenía nada. Se siente como un Forest Gump del aire y nos hace reír mientras cuenta como decidió quedarse aquí. Esto es seguro, le da tranquilidad, le relaja y llena de ilusión los pequeños corazones de cadetes que llegan asustados, heridos, dolidos....Siempre se ha dicho: en la Legión hay de todo: vocacionales, desesperados, amargados, tristes....y él los recompone, uno a uno.
Solo hay casos pequeños que se le escapan de las manos y son hombres encerrados en almas de niños que no tienen seguridad porque se les evaporó a lo largo de una vida difícil. Piensan que aquí encontrarán solución a sus problemas y lo que hace es agravarse.
Llegado este punto me acuerdo de Alberto y sobre todo de aquellos ojos vivos, negros y brillantes que parecían robarle al sol cada destello de un medio día que no llegó para él.
Lo tenía planeado pero no se lo dijo a nadie, ni tan siquiera a Francisco, que lo veía como un joven aventajado y que se iba adaptando muy bien. Solo que no era más que pura apariencia y Alberto guardaba en su corazoncito un secreto que nadie conocía, solo su madre aunque de aquello nos enteramos más tarde.
Por la mañana canturreaba entre dientes una canción que repetía continuamente mientras barría hacía su cama, organizaba su taquilla....como siempre.
Y a las doce de la mañana se cargó aquella mochila de la anilla mágica y al subir a la avioneta me dijo que me lanzaría un beso desde el aire y yo allí, con mis prismáticos, desde la sombra de aquel árbol veía dibujar círculos en el aire, algo no iba bien, tardaban demasiado en empezar a caer....
La avioneta volvió a posarse en tierra, ¿qué había pasado?. Pues pasó que nadie es capaz de imaginar hasta donde puede o no puede llegar y tu corazoncito no aguantó la impresión a aquella altura y se paró. Eras el primero que debía caer, pero no caíste y como una piña, todos tus compañeros te guardaron silencio, respeto, cariño y te entregaron de nuevo al suelo, del que nunca debiste despegar....
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