La Gruta

Estaba oscuro, hacía frío. Mi piel se erizaba con la brisa fresca de la mañana y me agotaba de arañar las paredes con la sola compañía del paso del tiempo, sin reloj ni momento para abandonar la oscuridad.
Una mañana una luz tenue y violácea sorprendió a mi vista como en duermevela y me acerqué a mirar.
Anduve hasta el principio de aquella gruta que me mantenía presa de mí misma cortando mi libertad.
Y como gotas de agua de mayo o rocío intenso, noté el dulce calor en mi rostro, en mi vida y en mi corazón.
El sol había salido, por fin amaneció en mí.
Desde entonces no soy yo, o sí lo soy, soy yo, soy tú, soy todo lo que soy capaz de ser.
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