19 abril 2009

Mi niña...


Hace taaaaaanto tiempo y sin embargo parece que fue ayer.
No me lo podía creer, tardaste taaaaantas horas en nacer y tu cabecita al final se lesionó, bueno te la lesionaron, solo fue una pupa que a mí se me clavó en el alma. Fue cuando comprendí que jamás existiría amor más grande, ni inmenso que aquel. Todo lo demás era hermoso, bello, pero tú eras única, irrepetible en mi vida. Y mientras me enseñaban a bañarte y a lavar tu cabecita vi aquella costra en tu cabeza. Al principio todo se confunde, porque llegaste envuelta en fluidos de mamá y sangre, pero por la mañana todo estaba más claro, tan claro como la bolsa de hielos vivos que taponaron mi herida, el canal por el que tú habías salido, aunque a mí aquello, mi propio cuerpo, no me importaba lo más mínimo, era tu cabecita la que empezó a quitarme el sueño.

Todo el mundo andaba preocupado por la carnicería que para que salieras de mí tuvo que ocurrir en mis partes más íntimas, pero yo me volvía loca por aquella costra que tocaba en tu cabecita, tan pequeña...Era la razón de mi amargura, un día y otro día. Yo sabía que antes o después me repondría, pero tú....¿Qué pasaría con aquello, se curaría, tendría consecuencias?.
Se lo pedí a papá: No dejes que usen esas ventosas feas conmigo, que me partan en dos si quieren a mí, pero no consientas que a nuestra niña la saquen de mala manera, y ocurrió, todos mis temores, los más grandes y los más pequeños, todos ellos sucedieron y yo me volví loca unos días y solo tú me dabas fuerza para aguantar y seguir. Siempre se confundieron conmigo. A mí aquello de tener más puntos que nadie en ciertas partes pues me daba igual, pero una sola costra rasgaba mi alma más que cualquier punto de mis entrañas porque.....

Pasado un año, cuando empezaste a andar, se declaró el secreto que aquella costra guardaba en su interior y fue cuando se desató mi ira, la mayor que yo he vivido, ira por falta de información, ira por tapujos y por lo que más me molesta en el mundo, que no reconocieran hasta entonces que la culpa fue de la ventosa. Cuando hay culpa, la hay, y no se le debe negar a una madre la evidencia.
Ya sé que tampoco tenía remedio, que yo no tenía ni fuerzas, subida a aquel potro, abierta en canal, a decir, ventosas no, pero alguien más había allí conmigo que calló y no habló, eso duele, y mucho, por dos motivos, el primero tú y el segundo que se lo pedí con todas mis fuerzas y todo mi amor, un amor que terminó de morir aquella misma noche que tú nacías.

Dediqué mi vida a evitarte un quirófano temprano y gané la batalla a tu esqueleto, a tus huesos, con paseos por la arena, dentro del mar, donde casi no hacías pies, te enseñé a nadar para que tu motricidad se desarrollara, subimos colinas, te acuerdas?, bajábamos rodando las laderas de los montes para después o antes, subirlas a pie, clavando toda la planta del pie y sujetando tu cuerpo, haciendo posible un desarrollo también temprano, pero era preferible a un bisturí tan tierno, no, no lo podía consentir.
Perdí la razón durante un largo año, se me hizo eterno, solo pensaba en planes para ti, con la excusa perfecta de cambiar de paisaje nos recorrimos entera la comarca, con la maleta a cuestas y una puerta siempre abierta, porque siempre hay una puerta abierta al otro lado. Allí, en nuestro refugio, viendo caer la nieve, la lluvia, y viendo salir al sol por detrás de aquella montaña cada día, una sierra que me embrujó, con aquellos cambios de color, como los padecía mi alma y mi corazón por dentro.

Soledad, recuerdas?, solo nos teníamos la una a la otra. Todos tenían dudas de que hiciera lo correcto, temían por mi desconfianza ante el especialista, que solo era un señor feo, como tú decías, que había estudiado mucho sobre huesos. Pero eso no era suficiente, yo le expuse nuestro plan y como tú eras y siempre serás mi niña, me dejó hacer, y gané, ganamos la batalla a la mesa de operaciones, es el logro más bonito que conseguiré jamás, viva los años que viva no alcanzaré un triunfo más digno y más hermoso que ese, pequeña.
Ahora, por fin saltas, corres y juegas sin romperte la nariz, mi niña....Espero que algún día te des cuenta de lo mucho que te quiero. Sé que será así, confío en ello como confié en la Madre Naturaleza para corregir las consecuencias de aquella costra en tu cabeza, linda cabeza que hoy acaricio y todavía recuerdo su tacto duro, mejor no pensarlo más. Ya pasó.